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Primeros Años

Michael Joseph Jackson Scruse nació un lluvioso 29 de agosto de 1958 a las 7:33pm (19:33) en el St. Mary's Mercy Hospital, localizado al noreste en el nº 555 de Polk Street, Gary, Indiana 46402 (la dirección originaria era 540 Tyler Street) de Estados Unidos. El hospital fue abandonado en 1995, pero al parecer le sigue llegando suministro eléctrico.

Leer: Antecedentes

Su abuela, Martha Mattie Upshaw deseaba que le llamaran Ronald o Donald. Al ver que no había convencido a su hija Katherine, probó con ''Michael'', el cual a Katherine le gustó, y así fue cómo le pusieron nombre al séptimo de nueve hijos de la familia Jackson.
Su madre, Katherine Esther Scruse, era una devota testigo de Jehová, y su padre, Joseph Walter ''Joe'' Jackson, trabajaba en una fábrica y cantaba en un conjunto musical llamado The Falcons. 
Michael y su familia vivían en el 2300 de Jackson Street.

Durante su infancia vivió en una casa en su tierra natal de Gary, Indiana, con sus padres y sus ocho hermanos, donde creció en un ambiente de maltratos continuos, debido a los abusos que sufrió por parte de su padre, como confirmó su hermano Tito. Éste aseguró que, en varias ocasiones, Michael ''lloraba mucho debido a los golpes de su padre e intentaba esconderse de él'', y que, cuando no podía, Joe se reía de Michael.
Michael sentía que le habían robado la parte más mágica y esencial de la infancia. Anhelaba recuperarla y se pasó el resto de sus días haciendo exactamente eso. Hay quienes dicen que Michael era un caso claro de ''atrofia del desarrollo'', pero Michael eligió no crecer.

Katherine y Joseph compartían una habitación con una cama doble. Los muchachos dormían en la otra, en una litera triple. Tito y Jermaine compartían la cama de arriba; Marlon y Michael, la del medio; y Jackie ocupaba sola la de abajo. Las tres niñas dormían en un sofá cama en la sala de estar. Cuando nació Randy, durmió en otro sillón.
En los meses más crudos del invierno, la familia se apiñaba en la cocina frente al horno abierto. «Todos teníamos tareas. Siempre había algo que hacer: fregar los suelos, limpiar los cristales de las ventanas, cuidar el jardín –recordaba Jermaine con una sonrisa–. Después de comer, Tito lavaba los platos. Yo los secaba. Los cuatro mayores (Rebbie, Jackie, Tito, y yo) planchábamos la ropa y no podíamos salir hasta que terminábamos. Mis padres creían en el valor del trabajo. Desde pequeños conocimos la satisfacción de la tarea realizada.» Joseph trabajaba como operador de grúa de Inland Steel, en East Chicago, desde las cuatro de la tarde hasta medianoche. 

Michael recordaba que su padre regresaba a casa con una gran bolsa de rosquillas glaseadas para todos. «Era un trabajo duro pero fijo, y por eso no me podía quejar», decía Joseph. Sin embargo, el dinero nunca era suficiente. Aunque a menudo trabajaba horas extras como soldador, Joseph raramente ganaba más de 65 dólares a la semana. La familia aprendió a vivir con esa suma. Katherine cosía la ropa para sus hijos o compraba en la tienda del Ejército de Salvación. Comían platos sencillos: huevos con tocino en el desayuno; sándwiches de salchichón y huevo, y a veces sopa de tomate en el almuerzo; pescado y arroz en la cena. A Katherine le encantaba preparar pasteles de melocotón y de manzana para el postre. 

Son pocas las fotos de los niños Jackson en la escuela, porque posaban para ellas pero no podían comprarlas. Durante los cinco primeros años en Jackson Street, la familia no tuvo teléfono. Cuando tenía cuatro años, Jermaine enfermó de nefritis, una inflamación de los riñones, y estuvo hospitalizado tres semanas. Fue un duro golpe, tanto económico como emocional, para Katherine y Joseph. 


 Imágenes de Michael en su escuela.



En los años sesenta, Gary era una ciudad hostil y el barrio de los Jackson podía ser un lugar peligroso para los más jóvenes. Katherine y Joseph temían constantemente que alguno de sus hijos se hiciera daño en las calles. En palabras de Jackie: «Nuestros padres siempre nos protegieron. Nunca nos permitieron divertirnos en las calles como los demás niños. Teníamos un horario estricto para volver a casa. Sólo podíamos jugar con otros niños de nuestra edad cuando estábamos en la escuela. Nos gustaba la faceta social de la escuela». 

Katherine Jackson, que ejerció gran influencia en la vida de sus hijos, les transmitió un profundo y obediente respeto por algunas convicciones religiosas. Había sido bautista y luego, luterana; pero se apartó de ambas religiones por la misma razón: descubrió que los pastores tenían aventuras extramaritales. Cuando Michael cumplió cinco años, Katherine se convirtió en testigo de Jehová, y comenzó a llamar a las puertas de las casas para predicar su fe. Fue bautizada en 1963 en la piscina de Roosevelt High, en Gary. Desde ese momento, cada domingo la familia debía vestir sus mejores ropas y acompañarla a Kingdom Hall, su lugar de culto. Joseph, que había sido criado como luterano, lo hizo un par de veces para contentarla, pero dejó de ir cuando los niños aún eran pequeños porque, como explicó Marlon, «era muy aburrido». Con el paso del tiempo, Michael, LaToya y Rebbie serían los más devotos. 

Si su madre hubiera abrazado otra religión, tal vez Michael Jackson habría evolucionado de forma totalmente diferente. Los testigos de Jehová están tan lejos de la corriente dominante en el protestantismo que, especialmente en los años cincuenta y sesenta, se los consideraba una secta. Sin importar dónde viva, ningún testigo de Jehová honra a la bandera (creen que hacerlo es una demostración de idolatría) ni se incorpora al ejército (cada uno de ellos se considera pastor, y, por lo tanto, está exento de hacerlo). No celebran la Navidad, la Pascua, ni los cumpleaños. Normalmente no aportan dinero a ningún grupo más que a su propia Iglesia, porque consideran que el acto más valioso y más caritativo consiste en predicar el Evangelio. De vez en cuando los testigos de Jehová aparecen en las noticias porque se niegan a recibir transfusiones de sangre y también impiden que las reciban sus hijos, sin importar la gravedad de su estado. En lo que se refiere estrictamente a las enseñanzas, los testigos de Jehová se consideran a sí mismos como el cordero; cualquier otra persona es una cabra. Cuando se librara la gran batalla de Armagedón –se esperaba que sucediera en 1972 y luego en 1975– todas las cabras serían destruidas, pero el cordero no sufriría daño alguno. Luego, los corderos resucitarían a la vida en la tierra como súbditos del Reino de Dios. Serían gobernados por Cristo y un selecto grupo de 144.000 testigos vivirían en el cielo a la vera del Señor. Al cabo de mil años, Satanás reaparecería para tentar a los que estuvieran en la tierra. Los que sucumbieran a sus artimañas serían destruidos de inmediato. Los demás vivirían idílicamente. Por supuesto, como todos los que se adhieren a creencias religiosas, algunos testigos son más inflexibles en cuanto a estas enseñanzas que otros. Se calcula que entre el 20 y el 30 por ciento de sus miembros son negros. Los testigos son juzgados sólo por sus buenas acciones –su devoción o la difusión de su fe– y no por los automóviles nuevos, las grandes casas, la ropa cara y otros símbolos de estatus. A causa de su devoción por los testigos de Jehová, Katherine estaba satisfecha con lo que tenía en Gary, Indiana. Disfrutaba de su vida y tenía pocos conflictos, excepto la preocupación de que la ciudad no ofreciera nada más prometedor para el futuro de sus hijos que un puesto en una fábrica para los muchachos y la vida doméstica para las niñas. ¿Era eso tan malo? Joseph le decía que sí, decididamente sí. Algunas veces ella estaba de acuerdo. Otras, no sabía qué pensar. 

 


Fuentes:
Wikipedia
Michael Jackson - La Magia Y La Locura (La historia completa)
MJHideout
The Jacksons: An American Dream
Confesiones de Michael Jackson. Las cintas del rabino Shmuley Boteach.

 

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